Es el título de un libro de Trotsky donde expone la necesidad de usar esos elementos como herramientas de la revolución, en definitiva como armas que contribuyan al éxito de la revolución.
Ya desde el principio la izquierda utilizó la cultura no solo como instrumento para educar a las masas sino y esencialmente, como elemento de captación e instrumentalización de dichas masas. La gente se sentía atraída por aquellas figuras de la “intelligentsia” que aportaban sus creaciones como elemento demostrativo de la superioridad moral “proletaria” sobre la clase burguesa. Mientras tanto, los elementos conservadores consideraban el arte y la cultura como elementos estéticos y de enriquecimiento cultural propio, nunca como elemento de aglutinamiento y captación.
En el siglo XX, los totalitarismos, tanto el fascista, como el nazi o soviético, siguieron aprovechando estos elementos como arma contra sus enemigos. Junto a la clásica literatura, escultura o pintura que los soviéticos supieron aprovechar, recordemos los elementos del “realismo socialista”, los nazis hicieron una aportación fundamental: los medios de comunicación y, esencialmente, un medio que empezaba a ser popularizado: la radio. Aquel genio de la propaganda que fue Goebbels supo entender el poder de las ondas y lo aprovechó para su propaganda nazi. Otro elemento de atracción de las masas era el naciente cine, que ya los soviéticos habían utilizado como elemento de exaltación como la famosa película de Eisenstein “el acorazado Potemkin” y que los nazis llevaría al culmen con la genial Leni Riefensthal y sus películas reportaje sobre el nazismo como “el triunfo de la voluntad”. Mientras tanto las democracias occidentales utilizaban el cine, la radio, la pintura, escultura o literatura en su acepción lógica de entretenimiento y cultura y no sería hasta la Segunda Guerra Mundial cuando, sobre todo el cine y la literatura, se utilizaron como elementos de cohesión y propaganda.
Tras la guerra, la situación se mantuvo igual, con una superioridad aplastante de los comunistas en utilizar a los intelectuales para su causa, incluyendo a los que no lo eran pero que, bien por puro diletantismo o por sentirse alagados por la atención que se les prestaba en los países comunistas, donde eran recibidos como huéspedes especiales y se les concedía cualquier deseo, apoyaban aquellas dictaduras. No debemos olvidar que los intelectuales son bastante proclives a las alabanzas y a considerarse el ombligo del mundo, así como considerar que ellos tienen la solución para cualquier problema aunque no entiendan del mismo. Si como ejemplo basta un botón, recordemos a los Ortega, Pérez de Ayala y compañía que creían que una República establecida bajo sus criterios sería la panacea para los problemas de España y, que al final, acabaron diciendo aquello de “no es eso, no es eso” de Ortega cuando vieron la realidad de la República. O el ínclito y nefasto Azaña, que creyéndose un intelectual fue un nefasto Presidente del Gobierno y de la República, pues la realidad es que casi nunca un artista o intelectual ha sido un buen dirigente.
Los comunistas realizaron otra hábil maniobra, que todavía tiene éxito en nuestros días, que era considerar que si un escritor o artista era bueno, lo mismo daba su ideología, por supuesto siempre que fuese de los suyos. Así se encumbró a personajes, en algunos casos más que dudosos, de forma y manera que las élites occidentales les halagaban por sus supuestas magníficas obras sin tener en cuenta su ideología comunista, o mas bien por ello, ignorando su apoyo a los regímenes del Gulag. Así los Sartre, Neruda, Alberti, etc. se convertían en celebridades por sus obras, en este caso literarias, o Picasso, en pintura, con esa gran majadería y mixtificación que es el Guernica, que como todos sabemos era un encargo y que al no poder venderlo y pedirle la República una obra, se la endilgó y a buen precio, pero el mito se creó y así sigue con millones de personas creyéndose que realizó la pintura con gran pasión para denunciar “el horroroso bombardeo”.
Mientras tanto, ¿qué pasaba con los grandes escritores que apoyaron el fascismo o, en España, el franquismo o simplemente no eran de izquierdas?. Simplemente que desaparecieron y sus obras, en muchos casos, ni siquiera se encuentran. Ya en algún post he hablado de gente como Drieu de La Rochelle, Brasillach a los que podemos añadir, entre otros muchos, a Ezra Pound o Maurice Bardeche y en España escritores como Manuel Machado, bastante mejor que su hermano, Giménez Caballero, Muñoz Seca, Pemán, Ramiro de Maeztu, etc. donde su adscripción ideológica, no necesariamente fascista, les vetó de la vida cultural.
Una derecha vergonzante loa y alaba a los artistas y escritores izquierdistas e ignora a los otros por “fascistas”. Si el elemento esencial es la calidad de las obras, habrá que ignorar sus tendencias políticas y si lo que vale son éstas deberemos combatir a los que apoyen las ideologías izquierdistas, pues la batalla de las ideas es esencial para el triunfo de los postulados que uno defiende y en eso la izquierda no es vergonzante. Recordemos que no hace mucho el muy políticamente imbécil alcalde Madrid quiso, para ser “ecuánime”, dedicar una calle al periodista Haro Tecglen, bastante mal escritor y chaquetero político de profesión, desde el franquismo al socialismo, y otra al gran Capmany. Pues bien, la izquierda en el ayuntamiento se negó a que se dedicase una calle a Capmany por “fascista”, es decir que los sucesores del Lenin español y del asesino de Paracuellos, socialista y comunistas, llamaban fascista a Capmany, ¡sin ninguna vergüenza!.
La batalla cultural es esencial, pues como alguien dijo” se puede resistir la invasión de las bayonetas pero no la de las ideas” y no se puede ceder al rival ideológico ese campo de batalla fundamental. Por tanto, si aquellos que creemos en los valores de la derecha, libertad y democracia, no hacemos frente intelectualmente a la izquierda y desmontamos sus falacias estamos empezando a perder la batalla y no lo vamos a permitir.
Ya desde el principio la izquierda utilizó la cultura no solo como instrumento para educar a las masas sino y esencialmente, como elemento de captación e instrumentalización de dichas masas. La gente se sentía atraída por aquellas figuras de la “intelligentsia” que aportaban sus creaciones como elemento demostrativo de la superioridad moral “proletaria” sobre la clase burguesa. Mientras tanto, los elementos conservadores consideraban el arte y la cultura como elementos estéticos y de enriquecimiento cultural propio, nunca como elemento de aglutinamiento y captación.
En el siglo XX, los totalitarismos, tanto el fascista, como el nazi o soviético, siguieron aprovechando estos elementos como arma contra sus enemigos. Junto a la clásica literatura, escultura o pintura que los soviéticos supieron aprovechar, recordemos los elementos del “realismo socialista”, los nazis hicieron una aportación fundamental: los medios de comunicación y, esencialmente, un medio que empezaba a ser popularizado: la radio. Aquel genio de la propaganda que fue Goebbels supo entender el poder de las ondas y lo aprovechó para su propaganda nazi. Otro elemento de atracción de las masas era el naciente cine, que ya los soviéticos habían utilizado como elemento de exaltación como la famosa película de Eisenstein “el acorazado Potemkin” y que los nazis llevaría al culmen con la genial Leni Riefensthal y sus películas reportaje sobre el nazismo como “el triunfo de la voluntad”. Mientras tanto las democracias occidentales utilizaban el cine, la radio, la pintura, escultura o literatura en su acepción lógica de entretenimiento y cultura y no sería hasta la Segunda Guerra Mundial cuando, sobre todo el cine y la literatura, se utilizaron como elementos de cohesión y propaganda.
Tras la guerra, la situación se mantuvo igual, con una superioridad aplastante de los comunistas en utilizar a los intelectuales para su causa, incluyendo a los que no lo eran pero que, bien por puro diletantismo o por sentirse alagados por la atención que se les prestaba en los países comunistas, donde eran recibidos como huéspedes especiales y se les concedía cualquier deseo, apoyaban aquellas dictaduras. No debemos olvidar que los intelectuales son bastante proclives a las alabanzas y a considerarse el ombligo del mundo, así como considerar que ellos tienen la solución para cualquier problema aunque no entiendan del mismo. Si como ejemplo basta un botón, recordemos a los Ortega, Pérez de Ayala y compañía que creían que una República establecida bajo sus criterios sería la panacea para los problemas de España y, que al final, acabaron diciendo aquello de “no es eso, no es eso” de Ortega cuando vieron la realidad de la República. O el ínclito y nefasto Azaña, que creyéndose un intelectual fue un nefasto Presidente del Gobierno y de la República, pues la realidad es que casi nunca un artista o intelectual ha sido un buen dirigente.
Los comunistas realizaron otra hábil maniobra, que todavía tiene éxito en nuestros días, que era considerar que si un escritor o artista era bueno, lo mismo daba su ideología, por supuesto siempre que fuese de los suyos. Así se encumbró a personajes, en algunos casos más que dudosos, de forma y manera que las élites occidentales les halagaban por sus supuestas magníficas obras sin tener en cuenta su ideología comunista, o mas bien por ello, ignorando su apoyo a los regímenes del Gulag. Así los Sartre, Neruda, Alberti, etc. se convertían en celebridades por sus obras, en este caso literarias, o Picasso, en pintura, con esa gran majadería y mixtificación que es el Guernica, que como todos sabemos era un encargo y que al no poder venderlo y pedirle la República una obra, se la endilgó y a buen precio, pero el mito se creó y así sigue con millones de personas creyéndose que realizó la pintura con gran pasión para denunciar “el horroroso bombardeo”.
Mientras tanto, ¿qué pasaba con los grandes escritores que apoyaron el fascismo o, en España, el franquismo o simplemente no eran de izquierdas?. Simplemente que desaparecieron y sus obras, en muchos casos, ni siquiera se encuentran. Ya en algún post he hablado de gente como Drieu de La Rochelle, Brasillach a los que podemos añadir, entre otros muchos, a Ezra Pound o Maurice Bardeche y en España escritores como Manuel Machado, bastante mejor que su hermano, Giménez Caballero, Muñoz Seca, Pemán, Ramiro de Maeztu, etc. donde su adscripción ideológica, no necesariamente fascista, les vetó de la vida cultural.
Una derecha vergonzante loa y alaba a los artistas y escritores izquierdistas e ignora a los otros por “fascistas”. Si el elemento esencial es la calidad de las obras, habrá que ignorar sus tendencias políticas y si lo que vale son éstas deberemos combatir a los que apoyen las ideologías izquierdistas, pues la batalla de las ideas es esencial para el triunfo de los postulados que uno defiende y en eso la izquierda no es vergonzante. Recordemos que no hace mucho el muy políticamente imbécil alcalde Madrid quiso, para ser “ecuánime”, dedicar una calle al periodista Haro Tecglen, bastante mal escritor y chaquetero político de profesión, desde el franquismo al socialismo, y otra al gran Capmany. Pues bien, la izquierda en el ayuntamiento se negó a que se dedicase una calle a Capmany por “fascista”, es decir que los sucesores del Lenin español y del asesino de Paracuellos, socialista y comunistas, llamaban fascista a Capmany, ¡sin ninguna vergüenza!.
La batalla cultural es esencial, pues como alguien dijo” se puede resistir la invasión de las bayonetas pero no la de las ideas” y no se puede ceder al rival ideológico ese campo de batalla fundamental. Por tanto, si aquellos que creemos en los valores de la derecha, libertad y democracia, no hacemos frente intelectualmente a la izquierda y desmontamos sus falacias estamos empezando a perder la batalla y no lo vamos a permitir.
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