A lo largo de la actual campaña electoral, hay un elemento en que, en mayor o menor grado, todos los candidatos están de acuerdo: ampliar la gratuidad de viviendas, servicios, libros, etc.. La verdad es que nunca he podido entender estas promesas que parten de una falsedad inicial: todo aquello para lo que prometen gratuidad en realidad tiene un coste. No creo que los redactores de los libros escolares, los encuadernadores, grafistas, etc. no cobren; tampoco creo que las máquinas no gasten energía, deterioro de las mismas y otros costes. Lo mismo ocurre con las viviendas, transporte y otro sinfín de “gratuidades”. ¿Porqué se empeñan en seguir con esa cantinela?, lógicamente, porque un segmento de la población se lo cree, muchos mas de lo que parecería lógico y otro segmento sabe que es mentira, pero espera beneficiarse y que pague el otro.
El éxito de estas promesas se produce porque nuestra sociedad está fuertemente imbuida del asistencialismo, parasitismo mas bien. No hay que ver más que las encuestas donde se revela que los jóvenes quieren ser funcionarios y que les den pisos baratos, los medianos que les paguen los colegios y los libros de os niños y los mayores quieren viajes gratis, ayudas y gratuidad en los servicios. Para pagar esos dispendios solo hay dos formas: o darle a la maquinita del dinero y aumentar la inflación, verdadera losa para los trabajadores o aumentar los impuestos, ya sean los directos o los indirectos. Como lo primero hoy día, afortunadamente, no es posible por nuestra pertenencia a la UE, solamente queda la segunda, mediante diversos trucos de prestidigitador para que no se note. La realidad es que al final tal vez unos se ahorren en el transporte, pero acaban pagando el piso del vecino y solo unos cuantos, aunque no pocos, se aprovechan del esfuerzo de los demás.
Si graves son estas actuaciones, mucho mas lo son aquellas que van a fondo perdido, desde el PER a los ERE, como el de TVE, los astilleros o el próximo de Delphi. Y todo es debido a esa mentalidad asistencialista que antes apunté, surgida de aquel estado de bienestar surgido tras la Segunda Guerra Mundial, cuando para frenar al comunismo en alza se creó el modelo socialdemócrata, asistencial en lo económico y democrático en lo político, con unos fuertes sindicatos que trataban de igualar a todos los trabajadores, impidiendo grandes diferencias salariales y decidiendo en nombre de unos trabajadores que, muchas veces, no tenían arte ni parte en las negociaciones entre patronos y el aparato sindical. Respecto a los políticos, se crearon dos tipos de partidos, los que se denominaban en si socialdemócratas y los demócratacristianos, ambos compartiendo el modelo socioeconómico, quedando los partidos liberales reducidos a meros comparsa y el modelo liberal prácticamente desaparecido. Así fuimos tirando, debido, sobre todo, a los capitales del otro lado del Atlántico y al escaso gasto en temas como defensa, que para eso ya estaban los denostados estadounidenses para defendernos.
El problema surgió con la caída del comunismo y la globalización, cuando el modelo asistencial empieza a derrumbarse, con el Reino Unido de Thatcher como elemento dinamizador de una nueva economía y sociedad liberal, rompiendo la tiranía de los sindicatos y creando el llamado “capitalismo popular” que permitió al común tomar sus propias decisiones económicas y participar en la economía de forma individual, ya fuese jugando en bolsa, ya participando en el accionariado de las empresas. Ello, evidentemente, creo dos velocidades en la economía, las de aquellos que estaban dispuestos a participar, arriesgándose y aquellos que querían seguir disfrutando de las migajas en forma de subsidios, ayudas, subvenciones, etc.. Muchos políticos se preocuparon, porque si el individuo era capaz de tomar sus propias decisiones económicas, el poder político quedaba disminuido y el momio también. Por ello surgió la idea de que muchos se quedaban en la cuneta por culpa de la globalización y que había que ayudarles, sin que supiésemos si se quedaban en la cuneta por pura molicie o por escasa capacidad, pero eso no importaba a los políticos, que arreciaron con sus campañas de la subvención y del todo gratis. Esta política, lejos de ayudar a los mas débiles ha generado una cultura de la dependencia política que se traduce en un nivel económico muy bajo sobre todo comparado con otras zonas. En España se ve claramente en regiones como Andalucía o Extremadura, mucho mas atrasadas que aquellas donde se impone una cultura mas liberal como en la Comunidad Valenciana o en Madrid, por supuesto, sin que la “gratuidad” falte en ninguna.
Pero en un mundo globalizado donde países con gran población, una parte de ella con buena formación y dinamismo, casos China, India, países del este, irrumpen con fuerza, el sistema asistencialista cruje y ya lo ha hecho en Alemania, Suecia, ¡la ejemplar Suecia!, Finlandia y otros. Por ello, bueno sería que sin descuidar, por supuesto, las verdaderas necesidades, los políticos hicieran mas pedagogía del esfuerzo, del sacrificio, del trabajo, es decir, de los deberes y menos del todo gratis y de los derechos, porque a medio o largo plazo, podría ocurrir que tanta dádiva y tampoco esfuerzo nos condujese a que nuestra economía declinase y nuestra sociedad se sumergiera en la miseria.
El éxito de estas promesas se produce porque nuestra sociedad está fuertemente imbuida del asistencialismo, parasitismo mas bien. No hay que ver más que las encuestas donde se revela que los jóvenes quieren ser funcionarios y que les den pisos baratos, los medianos que les paguen los colegios y los libros de os niños y los mayores quieren viajes gratis, ayudas y gratuidad en los servicios. Para pagar esos dispendios solo hay dos formas: o darle a la maquinita del dinero y aumentar la inflación, verdadera losa para los trabajadores o aumentar los impuestos, ya sean los directos o los indirectos. Como lo primero hoy día, afortunadamente, no es posible por nuestra pertenencia a la UE, solamente queda la segunda, mediante diversos trucos de prestidigitador para que no se note. La realidad es que al final tal vez unos se ahorren en el transporte, pero acaban pagando el piso del vecino y solo unos cuantos, aunque no pocos, se aprovechan del esfuerzo de los demás.
Si graves son estas actuaciones, mucho mas lo son aquellas que van a fondo perdido, desde el PER a los ERE, como el de TVE, los astilleros o el próximo de Delphi. Y todo es debido a esa mentalidad asistencialista que antes apunté, surgida de aquel estado de bienestar surgido tras la Segunda Guerra Mundial, cuando para frenar al comunismo en alza se creó el modelo socialdemócrata, asistencial en lo económico y democrático en lo político, con unos fuertes sindicatos que trataban de igualar a todos los trabajadores, impidiendo grandes diferencias salariales y decidiendo en nombre de unos trabajadores que, muchas veces, no tenían arte ni parte en las negociaciones entre patronos y el aparato sindical. Respecto a los políticos, se crearon dos tipos de partidos, los que se denominaban en si socialdemócratas y los demócratacristianos, ambos compartiendo el modelo socioeconómico, quedando los partidos liberales reducidos a meros comparsa y el modelo liberal prácticamente desaparecido. Así fuimos tirando, debido, sobre todo, a los capitales del otro lado del Atlántico y al escaso gasto en temas como defensa, que para eso ya estaban los denostados estadounidenses para defendernos.
El problema surgió con la caída del comunismo y la globalización, cuando el modelo asistencial empieza a derrumbarse, con el Reino Unido de Thatcher como elemento dinamizador de una nueva economía y sociedad liberal, rompiendo la tiranía de los sindicatos y creando el llamado “capitalismo popular” que permitió al común tomar sus propias decisiones económicas y participar en la economía de forma individual, ya fuese jugando en bolsa, ya participando en el accionariado de las empresas. Ello, evidentemente, creo dos velocidades en la economía, las de aquellos que estaban dispuestos a participar, arriesgándose y aquellos que querían seguir disfrutando de las migajas en forma de subsidios, ayudas, subvenciones, etc.. Muchos políticos se preocuparon, porque si el individuo era capaz de tomar sus propias decisiones económicas, el poder político quedaba disminuido y el momio también. Por ello surgió la idea de que muchos se quedaban en la cuneta por culpa de la globalización y que había que ayudarles, sin que supiésemos si se quedaban en la cuneta por pura molicie o por escasa capacidad, pero eso no importaba a los políticos, que arreciaron con sus campañas de la subvención y del todo gratis. Esta política, lejos de ayudar a los mas débiles ha generado una cultura de la dependencia política que se traduce en un nivel económico muy bajo sobre todo comparado con otras zonas. En España se ve claramente en regiones como Andalucía o Extremadura, mucho mas atrasadas que aquellas donde se impone una cultura mas liberal como en la Comunidad Valenciana o en Madrid, por supuesto, sin que la “gratuidad” falte en ninguna.
Pero en un mundo globalizado donde países con gran población, una parte de ella con buena formación y dinamismo, casos China, India, países del este, irrumpen con fuerza, el sistema asistencialista cruje y ya lo ha hecho en Alemania, Suecia, ¡la ejemplar Suecia!, Finlandia y otros. Por ello, bueno sería que sin descuidar, por supuesto, las verdaderas necesidades, los políticos hicieran mas pedagogía del esfuerzo, del sacrificio, del trabajo, es decir, de los deberes y menos del todo gratis y de los derechos, porque a medio o largo plazo, podría ocurrir que tanta dádiva y tampoco esfuerzo nos condujese a que nuestra economía declinase y nuestra sociedad se sumergiera en la miseria.
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