jueves, octubre 22, 2009

Suicidio latinoamericano

Prácticamente desde su independencia, de la que pronto se empezará a “festejar” el 200 aniversario en sucesivas fechas, tanto los políticos como los pueblos sudamericanos han tenido una gran tendencia a suicidarse tanto en los aspectos económicos, sociales o políticos. Junto a ello han sido esencialmente acríticos, culpando de sus fracasos individuales y colectivos a otros.

Cuando empieza la independencia, las posibilidades de muchas de las naciones emergentes, caso de la Gran Colombia, eran más que halagüeñas. De hecho, en muchos casos, como el citado, estaban más desarrolladas que los Estados Unidos de la época. En poco más de 30 años se había producido un cambio radical: los Estados Unidos evolucionaban hacia una gran potencia mientras que los países al sur del Río Grande del Norte se desintegraban en luchas intestinas y/o interestatales. Desaparecía la Gran Colombia, dando lugar a varias naciones, se producían separaciones en Centroamérica creando el mosaico de países imposibles que es hoy día y se establecía el caudillismo en la mayoría de esas naciones.

Desde principios del siglo XX, la gran expansión y preponderancia del país del norte, impuso sus condiciones y directrices a una constelación de estados que hoy definiríamos de fallidos o casi, donde las oligarquías gobernaban los mismos con el criterio de sus haciendas, mientras las clases populares acataban parsimoniosamente su destino de súbditos más que de ciudadanos.

Si bien es cierto que algunos países tales como Argentina, Chile o Uruguay se salvaron, relativamente, de ese destino, lo cierto es que el subcontinente nunca jugó un papel importante “per se” en el concierto mundial, siendo, a su vez, campo de batalla, tanto en sentido literal como intelectual, de las ideologías del momento, aderezadas con una propia: el populismo.

Elementos como Haya de la Torre en Perú, Perón en Argentina o Vargas en Brasil intentaron convertirse en líderes no solo nacionales sino latinoamericanos en base a esa , llamémosla ideología, que es el populismo. Lógicamente, fracasaron, pues si, en principio, plantearon ciertas ideas liberadoras y modernizantes, acababan en el fango de la corrupción, el nepotismo y el caos más absoluto.

Tampoco cuajaron los intentos marxistas, salvo Cuba, de sociedad dirigida, pues la escasa idiosincrasia de los habitantes de la zona imposibilitó ese modelo como no había cuajado el nazi-fascismo. Si en Cuba triunfó fue mas por el el hecho de ser una isla y porque, a nivel interior, el desbarajuste era tolerado por los soviéticos solo interesados en la isla como base militar y de espionaje frente a EE.UU. y no como paradigma de la implantación del sistema.

Con la caída del comunismo, tampoco la democracia liberal cuajó, por las mismas causas que impidieron el triunfo de otras ideologías: la incapacidad organizativa de las élites hispanoamericanas, cuyas tendencias antidemocráticas y la corrupción que les acompañaba, les hizo fracasar como ocurría con los caudillos populistas.

Ciertamente, había alguna excepción como Chile tras Pinochet donde el régimen dictatorial había creado, al igual que en la España de Franco, una base de clases medias que ya en libertad impulsarían a la nación hacia la democracia y el desarrollo económico, trabajando en el cierre de la brecha social.

En estos últimos años, el desprestigio del modelo neoliberal ha contribuido a la aparición de un nuevo populismo encarnado por Chávez, con sus acólitos Correa u Ortega. Este nuevo populismo, renombrado como socialismo del siglo XXI no es más que un remedo del antiguo con un cierto barniz socializante e indigenista, lo que es nuevo salvo en el modelo de los años ’20 de Haya de la Torre en Perú.

Este populismo se ha podido expandir debido a la coyuntura económica favorable por el alza del precio del crudo lo que ha permitido a Venezuela convertirse en el “comprador” de políticos y voluntades. Pero la realidad es que detrás de las palabras altisonantes no hay una idea democratizadora, liberadora o vertebradora, solo lo habitual: antiamericanismo, militarismo, corrupción y totalitarismo. El nuevo experimento de Morales en Bolivia, donde a las justas reivindicaciones de los indígenas responde con un modelo medieval absurdo e improductivo que aleja al país de la globalización y la modernidad, es paradigmático de la deriva esquizofrénica de la zona de la que solo se salvan el mencionado Chile, Brasil, Uruguay y, tal vez, Colombia.
A los 200 años de su independencia, los países latinoamericanos están muy lejos de haber alcanzado la estabilidad y el desarrollo que sus inmensas capacidades y posibilidades les permitirían y, en su mayoría, transitan hacia su propia descomposición en estados fallidos cuando no en narcoestados.

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