viernes, junio 15, 2007

Treinta años…. hacia la desintegración

Se celebra el 30 aniversario de las primeras elecciones democráticas y, por ende, de lo que se ha dado en llamar la Transición. En general se considera que ha sido un momento excepcional en la historia de España en la que pasamos de un régimen autoritario, no dictatorial por mucho que ahora se quieran cargar las tintas, a una democracia. Técnicamente así fue, pero la realidad histórica es bastante distinta. La llamada transición surge porque el régimen se hace el “harakiri” y permite que un grupo de personas, ni me atrevo a llamarles dirigentes políticos, ya que las formaciones políticas ni existían siquiera en la clandestinidad, salvo el PCE, cuyo “bluff” no tardó en demostrarse, digo, que permiten a un grupo de personas diseñar un nuevo mapa político de España en el cual, so capa de una democracia formal, se da el poder a una casta profesional de políticos que, crean sus partidos y, a partir de ese momento, empiezan a cambiar el país, lo que expresará muy bien Alfonso Guerra con la famosa frase de que a “España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Otro aspecto de la época es que la mayoría de los partidos surgidos en el momento, no eran democráticos, no lo era la galaxia de extrema izquierda y de extrema derecha, no lo era el PCE, no lo era una parte considerable del PSOE así como de los componentes de la UCD. Igualmente se nos impuso un modelo sindical, que todavía sufrimos, cuyos principios eran que los sindicatos solo podían ser de izquierdas, correas transmisoras de partidos de esa laya y que, a cambio de “paz social”, había que nutrir generosamente sus arcas y dar innumerables prebendas a su dirigentes lo que se hizo y se sigue haciendo, todo, claro, a costa de los ciudadanos, sin que, en la mayoría de los casos, cumplieran su función de defensa de los intereses de los trabajadores. Tampoco es verdad que gracias a la transición nuestra economía evolucionase positivamente, pues ya veníamos teniendo crecimientos importantes si bien es cierto, que abrió el camino a la entrada en la CEE lo que significó un fuerte impulso integrador. Otras sombras de la época fue el” boom” de las drogas muy vinculado, como explicaba inteligentemente Dº Juan Carlos Girauta en una emisora de radio, a la suicida política del Gobierno Suárez para desmovilizar a la juventud vasca por aquel medio; las corrupciones de la policía que eclosionarían en el GAL; las corruptelas económicas o lo nunca explicado sobre el 23F.
Pero si hubo un aspecto negativo de la transición, que afecta a la integridad de España, ese fue el relacionado con los nacionalismos. En aquel reparto del poder se cedió a los mismos el control del País Vasco y Cataluña considerando que eso les convertiría en parte del sistema. Error incomprensible que solo se puede atribuir al pánico a la desestabilización política y social y al desconocimiento de la Historia de España. Aquellos polvos del entreguismo, que se escenificó en el famoso viaje de Suárez a Vitoria en cuyo aeropuerto escuchó a pie firme la interpretación de los himnos de España y País Vasco como si visitase un país extranjero y que se plasmaron en el malhadado Título VIII de la Constitución, unido a las sucesivas amnistías a los etarras, fueron generando los actuales lodos. Esa entrega de partes sustanciales de España a sus enemigos es herencia trágica de aquellos tiempos, que ningún gobierno ha intentado solventar y que, ahora, nos estalla con brutal dureza por culpa de un gobierno cobarde y pusilánime.
No, no fue la Transición esa gesta almibarada que nos intentan contar y que en algún discurso triunfalista ayer nos exponían. Desde mi punto de vista, junto a cosas positivas, como intentar cerrar las heridas de la guerra civil, tuvo demasiadas sombras que se proyectan en nuestro presente. No se si todavía estamos a tiempo de remediarlo, pero si lo estamos no deberíamos perder el tiempo en autocomplacencias y si subsanar los graves errores que entonces se cometieron y aprovechar las cosas que se hicieron correctamente, quizás la mas importante, el espíritu de convivencia que la inmensa mayoría de los españoles queríamos y seguimos queriendo.

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