sábado, noviembre 29, 2008

¿Hasta cuando tenemos que aguantar los católicos?

La ofensiva anticatólica que está asolando este país alcanza unos niveles desconocidos en cualquier democracia por laica o laicista que sea. Solo es comparable a los intentos descristianizadores de regímenes autoritarios o totalitarios tales como los países comunistas, musulmanes o populistas tipo Venezuela.
No es comprensible ni lógico, que en una nación de tradición católica como España y donde más del 80% de su población se declara católica, se estén produciendo discriminaciones y ofensas a mansalva, esencialmente por parte de grupos minoritarios y por el propio gobierno de la nación.
No se trata solo de que se deniegue una placa a Santa Maravillas en el Congreso, cuando asesinos tienen hasta calles, caso de La Pasionaria, o estatuas como Largo Caballero, es que además se ofende como la repugnante Almudena Grandes o la esperpéntica Leire Pajín, que en vez de guardar respeto a la persona que jamás hizo otra cosa que el bien, se destapan con “gracietas” de tipo sexual como la asquerosa Grandes o tratando de equipararlas a señoras no muy presentables como la chupa presupuestos de la Sra. Pajín.
Por si ello no fuese suficiente, los jueces, acomplejados y cobardes, no dudan en dar la razón a un demandante para que sea retirado un crucifijo en una escuela de Valladolid, pese a que el resto de los padres no estaba de acuerdo y que la propia hija del “laico” tiene un destacado papel en la obra de Navidad del colegio.
Tampoco podemos olvidar el verdadero linchamiento del juez Ferrín por parte de los colectivos homosexuales, de la propia judicatura y del gobierno, únicamente por querer asegurarse de que una niña estaría adecuadamente atendida, física y psicológicamente, en un hogar con dos “madres”.
La lista sigue como la educación para la ciudadanía, las subvenciones a supuestas obras de arte cuyo único “mérito” es la blasfemia, ataques e insultos a los católicos y a su jerarquía, etc..
Frente a esta ofensiva, ¿qué hacemos los católicos?, pues la verdad es que nada o muy poco. Ciertamente Nuestro Señor dijo que había que perdonar a nuestros enemigos e, incluso, poner la otra mejilla ante la ofensa, pero, sin olvidar las lecciones del Maestro, que también incluye el expulsar a cintarazos a los mercaderes del Templo, parece razonable que esa masa de católicos humillada y ofendida reaccionemos. Dicha reacción debe ser cívica y educada, como, por ejemplo, exigir a los partidos políticos que defiendan programas cristianos y sino lo hacen, ¡pues no votarles!. Plantear reivindicaciones como el no al aborto, no a llamar matrimonio a las uniones homosexuales, no permitir la adopción de niños por parte de esas parejas, etc.. Y ello no es reaccionario y si como muestra basta un botón, recordemos la proposición 8 votada en diversos estados de EE.UU. entre ellos en la progresista California que cuenta con, probablemente, la mayor concentración de homosexuales del mundo, donde se rechazó el matrimonio entre los mismos. Tampoco es reaccionario negarse al aborto, pues los crímenes no pueden ser tolerados por ninguna persona con un mínimo de dignidad y respeto.
Estos y otros temas, como el derecho de los padres a ser ellos quienes eduquen a sus hijos moralmente, deben exigirse a los políticos y, sino, que les vote su prima.
Tampoco son desdeñables otras medidas, algunas ya puestas en práctica, tales como boicots a cadenas de televisión o radio, a empresas, periódicos, establecimientos, etc. que no respeten a los católicos y sus creencias.
En definitiva que la voz, respetuosa pero firme, de los católicos se escuche de forma y manera que ni se nos ignore ni se nos ataque, para no acabar siendo ciudadanos de segunda clase dominados por la tiranía de las minorías de lo “políticamente correcto” y moralmente reprobable.

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