Bueno, pues ya ha terminado el show de la capital estadounidense. En, mas o menos, tres horas mas dos banquetes, los líderes del G20 y otros como Chequia, Países Bajos. España, el FMI, el banco Mundial, la ONU, Unión Europea y otros, es decir un montón de gente, que solo por España incluía a 42 asesores del Presidente Rodríguez, hospedados, al igual que los checos, en el hotel mas caro de la ciudad a razón de 700 euros la noche, ¡olé la crisis!, decía que esa cantidad de elementos, parasitarios en su mayoría, han dado los primeros pasos para “solucionar” la crisis financiera mundial y, es de suponer, la crisis de la economía real.
Así allí estaban reunidos una mezcla de países englobados bajo las dichosas siglas del G20 para “refundar el capitalismo” (Sarkozy); dar por finiquitado el liberalismo y “llegada la hora de la socialdemocracia”(Rodríguez); mayor “inflluencia para los estados emergentes” (Lula); poner “fin al capitalismo (progres varios); etc.. Con estos objetivos tan dispares y tan alejados de las preocupaciones reales de los ciudadanos, los líderes asistentes al evento pudieron, cada uno en el exorbitante tiempo de 7/8 minutos, exponer sus ideas mágicas para solucionar los graves problemas internacionales. Y esas soluciones, si nos atenemos a la información aparecida, no parecen ser tales, mas bien son un conjunto de lugares comunes y, solo dos decisiones resaltan: una negativa (mayor intervencionismo) y otra positiva (mantenimiento y reforzamiento del libre mercado). Todo lo demás se deja a libre criterio de los distintos estados, convocándose otra reunión para mediados del año que viene y, mientras tanto, los ministros económicos y sus sherpas irán trabajando. La conclusión que se puede extraer es que el sarao washingtoniano ha servido para poco más que una foto y tratar de trasmitir tranquilidad a la sociedad mundial.
Ciertamente, con ese mix antes citado, poco mas se podía esperar, porque ¿qué es el G20?, sucintamente se trata de una agrupación, creada a finales de los ’90, de los llamados “países emergentes” cuyo objetivo es presentarse unidos en las negociaciones de la OMC u otras organizaciones y reequilibrar a las grandes potencias reunidas en el G8, parte también del G20. El problema de estos países es, primero que no está nada claro que significa el concepto “emergente”, pues tan emergente puede ser un miembro del G20 como, por ejemplo, Brasil que uno que no está como Vietnam.
En segundo lugar, se trata de países que no tienen en común otro objetivo que el de convertirse en un grupo de presión ante los grandes para obtener concesiones económicas y financieras. Así se juntan satrapías medievales islamistas como Arabia Saudita, cuyo único rubro productivo es el petróleo, junto a estados clientelares y cleptocráticos como la Argentina de la dinastía Kitchner, o estados semifallidos como Indonesia o en trance de desintegración como Sudáfrica, cuyo aspirante a Presidente no duda en recomendar para evitar el sida una buena ducha. Junto a ellos, dictaduras asesinas como China o países de economía y sociedad esquizofrénicas como Brasil, cuyo índice de criminalidad es astronómico y que convive con una clase empresarias importante o México, con una dualidad similar.
¿Pueden estos países contribuir a solucionar los problemas de la economía mundial?, no parece muy factible cuando a esos problemas se unen los de una falta de democratización, separación de poderes o niveles de corrupción escandalosos. Por ello, es de suponer, que las riendas de esas posibles soluciones deban llevarlas EE.UU, Alemania, Canadá, Reino Unido, Australia y Japón, tal vez se pueda incluir a Corea del Sur. Respecto a la U.E., su gran problema pasa por la multiplicidad de actores que desean intervenir y así lo hemos visto en esta reunión, donde la representación europea acabó pareciendo el camarote de los hermanos Marx, por la cantidad de asistentes invitados por el nuevo Napoleón francés. Si Europa no es capaz de establecer un criterio unificado y sigue la algarabía, su peso será cada vez más irrelevante.
Respecto a España, una vez más hemos hecho el ridículo, en los pedigüeños queb demandan unas migajas de participación, convertidos un poco en el hazmerreír de Europa y con una deuda con Francia que veremos en que consiste y si para muestra basta un botón, recordemos el coste por el apoyo contra ETA. Y mientras tanto batimos marcas en paro, destrucción de empleo, desmantelamiento de nuestro tejido productivo y corrupción. Nada que no hayamos visto ya con éste y anteriores gobiernos socialistas.
En definitiva, el cónclave de la capital federal se ha quedado en lo que se podía esperar: apretones de manos, fotos, comidas y vagas decisiones. Esperemos que de aquí al mes de abril esas ambigüedades se sustancien de mejor forma por el bien de nuestras sociedades.
Así allí estaban reunidos una mezcla de países englobados bajo las dichosas siglas del G20 para “refundar el capitalismo” (Sarkozy); dar por finiquitado el liberalismo y “llegada la hora de la socialdemocracia”(Rodríguez); mayor “inflluencia para los estados emergentes” (Lula); poner “fin al capitalismo (progres varios); etc.. Con estos objetivos tan dispares y tan alejados de las preocupaciones reales de los ciudadanos, los líderes asistentes al evento pudieron, cada uno en el exorbitante tiempo de 7/8 minutos, exponer sus ideas mágicas para solucionar los graves problemas internacionales. Y esas soluciones, si nos atenemos a la información aparecida, no parecen ser tales, mas bien son un conjunto de lugares comunes y, solo dos decisiones resaltan: una negativa (mayor intervencionismo) y otra positiva (mantenimiento y reforzamiento del libre mercado). Todo lo demás se deja a libre criterio de los distintos estados, convocándose otra reunión para mediados del año que viene y, mientras tanto, los ministros económicos y sus sherpas irán trabajando. La conclusión que se puede extraer es que el sarao washingtoniano ha servido para poco más que una foto y tratar de trasmitir tranquilidad a la sociedad mundial.
Ciertamente, con ese mix antes citado, poco mas se podía esperar, porque ¿qué es el G20?, sucintamente se trata de una agrupación, creada a finales de los ’90, de los llamados “países emergentes” cuyo objetivo es presentarse unidos en las negociaciones de la OMC u otras organizaciones y reequilibrar a las grandes potencias reunidas en el G8, parte también del G20. El problema de estos países es, primero que no está nada claro que significa el concepto “emergente”, pues tan emergente puede ser un miembro del G20 como, por ejemplo, Brasil que uno que no está como Vietnam.
En segundo lugar, se trata de países que no tienen en común otro objetivo que el de convertirse en un grupo de presión ante los grandes para obtener concesiones económicas y financieras. Así se juntan satrapías medievales islamistas como Arabia Saudita, cuyo único rubro productivo es el petróleo, junto a estados clientelares y cleptocráticos como la Argentina de la dinastía Kitchner, o estados semifallidos como Indonesia o en trance de desintegración como Sudáfrica, cuyo aspirante a Presidente no duda en recomendar para evitar el sida una buena ducha. Junto a ellos, dictaduras asesinas como China o países de economía y sociedad esquizofrénicas como Brasil, cuyo índice de criminalidad es astronómico y que convive con una clase empresarias importante o México, con una dualidad similar.
¿Pueden estos países contribuir a solucionar los problemas de la economía mundial?, no parece muy factible cuando a esos problemas se unen los de una falta de democratización, separación de poderes o niveles de corrupción escandalosos. Por ello, es de suponer, que las riendas de esas posibles soluciones deban llevarlas EE.UU, Alemania, Canadá, Reino Unido, Australia y Japón, tal vez se pueda incluir a Corea del Sur. Respecto a la U.E., su gran problema pasa por la multiplicidad de actores que desean intervenir y así lo hemos visto en esta reunión, donde la representación europea acabó pareciendo el camarote de los hermanos Marx, por la cantidad de asistentes invitados por el nuevo Napoleón francés. Si Europa no es capaz de establecer un criterio unificado y sigue la algarabía, su peso será cada vez más irrelevante.
Respecto a España, una vez más hemos hecho el ridículo, en los pedigüeños queb demandan unas migajas de participación, convertidos un poco en el hazmerreír de Europa y con una deuda con Francia que veremos en que consiste y si para muestra basta un botón, recordemos el coste por el apoyo contra ETA. Y mientras tanto batimos marcas en paro, destrucción de empleo, desmantelamiento de nuestro tejido productivo y corrupción. Nada que no hayamos visto ya con éste y anteriores gobiernos socialistas.
En definitiva, el cónclave de la capital federal se ha quedado en lo que se podía esperar: apretones de manos, fotos, comidas y vagas decisiones. Esperemos que de aquí al mes de abril esas ambigüedades se sustancien de mejor forma por el bien de nuestras sociedades.
1 comentario:
¿Cual es el coste por la ayuda contra el terrorismo?
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