Paseando por las calles de cualquier ciudad europea o americana es cada vez mas frecuente ver a musulmanes con sus chilabas y sus luengas barbas, incluso con sus bonetes así como a musulmanas con sus pañuelos cuando no con sus burkas. Igualmente proliferan las tiendas de comestibles bajo las condiciones islámicas, cada vez hay más mezquitas, centros asociativos, periódicos, etc.. Igualmente están creándose emisoras de televisión que se pueden ver en todo el mudo como la conocida Al-Jazeera verdadero portavoz de Al-Qaeda, Hezbolá y resto de islamismo radical. Gobiernos como el de Arabia Saudita, Irán y otros aportan fuertes sumas de dinero para crear y mantener asociaciones musulmanas, influir en los medios de comunicación, etc. de forma y manera que las costumbres islámicas se vayan abriendo paso en nuestras sociedades. Ya están dando el siguiente paso, que consiste en exigir medidas que, o bien favorezcan sus planteamientos, desde piscinas separadas para hombres o mujeres al derecho de discernir los temas jurídicos en sus propios tribunales, o que impidan la información contraria a sus planteamientos utilizando todos los recursos de los estados de derecho en los que se aposentan. También empiezan a ejercer presión política como hemos visto en el Reino Unido donde exigen que el gobierno cambie su política exterior, a favor de los intereses islámicos, como forma de disminuir la posibilidad de atentados. Todo este entramado socio-político y cultural está haciendo mella en la mentalidad de nuestros ciudadanos hasta el extremo de que en el Reino Unido una sustancial parte de la opinión pública está de acuerdo con la necesidad de cambiar la política exterior.
¿Cómo es posible que un pensamiento fanático, antidemocrático y, en muchos aspectos, inhumano tenga tan favorable acogida en nuestras sociedades?. La explicación es poliédrica, pero sustancialmente se basa en la debilidad de nuestros valores, el triunfo del pensamiento débil, frente a la firmeza y convicción de los islamistas. Desde que los principios del cristianismo dejaron de impregnar el èlan europeo y fueron sustituidos o por ideologías, fascismo, socialismo, liberalismo o por modas, la capacidad intelectual de resistencia frente a ideas externas se fue debilitando, porque ya no se sabía que era esencial en la definición de nuestro pensamiento occidental. Para justificar nuestra debilidad se acuñaron palabras como tolerancia, respeto al otro, etc. que en realidad no hacían mas que justificar nuestra incapacidad para el debate intelectual. Con la caída primero del fascismo y después de comunismo, únicas ideologías con ideas fuerzas que calaron en sus seguidores y hacían de ellos firmes propagandistas, el pensamiento occidental careció de capacidad de defensa.
Mientras esto ocurría en occidente, en el mundo musulmán, tras los fracasos de las experiencias socialistas, esencialmente, resurgió el islamismo, nunca desaparecido, que con su capacidad de dar respuesta a todos los aspectos de la vida caló en unas sociedades frustradas y fracasadas que vieron la religión la verdadera tabla de salvación. Muchos de nuestros intelectuales y políticos creyeron que aquello fracasaría, pues desde sus análisis escépticos y, a la vez, sofisticados consideraban que no podrían competir con el estilo occidental, si darse cuenta que éste era decadente y no respondía ya a las aspiraciones globalizadotas del ser humano. Así el islamismo se fue extendiendo, tanto en lo práctico como en lo ideológico, lo que unido al ardor militante y belicista de sus seguidores ha puesto contra las cuerdas a nuestra sociedad.
¿Cuál es la respuesta necesaria para evitar la victoria del islamismo?, desde luego no la componenda ni la tolerancia entendida como claudicación, sino la reafirmación de nuestros valores eternos, los que proviene de nuestra cultura grecojudeocristiana y de las raíces de la fe cristiana, aquella que salvó a Europa en los tiempos de la oscuridad del medioevo. Como dijo Juan Pablo II “Europa será cristiana o no será” y la realidad así lo hace ver, solo desde nuestra fe y nuestros valores podremos tener las herramientas intelectuales para combatir al enemigo. Agustín de Hipona, San Gregorio Magno, Santo Tomás, etc. son algunas de las fuentes de la que surgen nuestros valores eternos, dique frente al derrumbe de las ideologías y el diletantismo de las modas, plasmadas en sectas y magia, porque como dijo Chesterton, “quién no cree en Dios acaba creyendo en cualquier cosa” y también alimento vital para nuestro intelecto en el debate frente al Islam. Solo si somos capaces de creer, de estar seguros de nuestros valores podremos hacer frente a ese peligroso rival. La guerra cultural es fundamental para la victoria, si no tenemos confianza y fe en nuestros principios difícilmente podremos enfrentarnos al enemigo con visos de victoria y si quién vence es el Islam otra época oscura, muy oscura puede caer sobre occidente.
¿Cómo es posible que un pensamiento fanático, antidemocrático y, en muchos aspectos, inhumano tenga tan favorable acogida en nuestras sociedades?. La explicación es poliédrica, pero sustancialmente se basa en la debilidad de nuestros valores, el triunfo del pensamiento débil, frente a la firmeza y convicción de los islamistas. Desde que los principios del cristianismo dejaron de impregnar el èlan europeo y fueron sustituidos o por ideologías, fascismo, socialismo, liberalismo o por modas, la capacidad intelectual de resistencia frente a ideas externas se fue debilitando, porque ya no se sabía que era esencial en la definición de nuestro pensamiento occidental. Para justificar nuestra debilidad se acuñaron palabras como tolerancia, respeto al otro, etc. que en realidad no hacían mas que justificar nuestra incapacidad para el debate intelectual. Con la caída primero del fascismo y después de comunismo, únicas ideologías con ideas fuerzas que calaron en sus seguidores y hacían de ellos firmes propagandistas, el pensamiento occidental careció de capacidad de defensa.
Mientras esto ocurría en occidente, en el mundo musulmán, tras los fracasos de las experiencias socialistas, esencialmente, resurgió el islamismo, nunca desaparecido, que con su capacidad de dar respuesta a todos los aspectos de la vida caló en unas sociedades frustradas y fracasadas que vieron la religión la verdadera tabla de salvación. Muchos de nuestros intelectuales y políticos creyeron que aquello fracasaría, pues desde sus análisis escépticos y, a la vez, sofisticados consideraban que no podrían competir con el estilo occidental, si darse cuenta que éste era decadente y no respondía ya a las aspiraciones globalizadotas del ser humano. Así el islamismo se fue extendiendo, tanto en lo práctico como en lo ideológico, lo que unido al ardor militante y belicista de sus seguidores ha puesto contra las cuerdas a nuestra sociedad.
¿Cuál es la respuesta necesaria para evitar la victoria del islamismo?, desde luego no la componenda ni la tolerancia entendida como claudicación, sino la reafirmación de nuestros valores eternos, los que proviene de nuestra cultura grecojudeocristiana y de las raíces de la fe cristiana, aquella que salvó a Europa en los tiempos de la oscuridad del medioevo. Como dijo Juan Pablo II “Europa será cristiana o no será” y la realidad así lo hace ver, solo desde nuestra fe y nuestros valores podremos tener las herramientas intelectuales para combatir al enemigo. Agustín de Hipona, San Gregorio Magno, Santo Tomás, etc. son algunas de las fuentes de la que surgen nuestros valores eternos, dique frente al derrumbe de las ideologías y el diletantismo de las modas, plasmadas en sectas y magia, porque como dijo Chesterton, “quién no cree en Dios acaba creyendo en cualquier cosa” y también alimento vital para nuestro intelecto en el debate frente al Islam. Solo si somos capaces de creer, de estar seguros de nuestros valores podremos hacer frente a ese peligroso rival. La guerra cultural es fundamental para la victoria, si no tenemos confianza y fe en nuestros principios difícilmente podremos enfrentarnos al enemigo con visos de victoria y si quién vence es el Islam otra época oscura, muy oscura puede caer sobre occidente.
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