Una de las ideas más arraigadas desde el final de la S.G.M. es la necesidad de una instancia internacional de la que emanen normas y leyes de obligado cumplimiento para todos los estados del mundo y en caso de no cumplirlas, esos estados se verán sancionados por una coalición mundial, lo que se llama el multilateralismo. Estos planteamientos surgen como modo de frenar posibles nuevos intentos de agresión generalizada como los cometidos por la Alemania nazi, el Japón imperial, la Italia fascista o la Rusia soviética. Pero este planteamiento ya falló desde el principio por varias razones: la primera fue la creación de un directorio formado por los vencedores de la guerra, que se arrogaron el derecho a vetar las decisiones generales; la segunda se debió a la estrategia de la URSS, quién nunca tuvo mucho interés en el invento salvo como contrapartida y chalaneo para la apertura del “segundo frente” durante la guerra mundial y la tercera que los vencedores no tardaron en enfrentarse dando lugar a la guerra fría. Así, casi desde el principio, la organización se convirtió en otro campo de batalla entre EEUU y la URSS y los vetos se sucedieron por ambas partes llegando, entre 1946 y 2000 a 126 por parte de URSS/Rusia y 89 por EEUU. De esta forma, la parálisis de la ONU ha sido total lo que ha conducido a la inoperancia de sus acciones debidas a los “encajes de bolillos” que hay que realizar para llegar a consensos que son de mínimos y no se suelen cumplir. Junto a los problemas políticos se deben añadir los organizativos, pues la ONU no tiene elementos disuasorios propios siendo los estados quienes les proporcionan las unidades militares, de policía así como los apoyos logísticos. Así vemos el batiburrillo de unidades de distintos países que existen en las mal llamadas operaciones de mantenimiento de la paz, donde puede haber tropas de 20 o 30 países con formación desigual y cuyos objetivos políticos, dictaminados por sus estados, suelen ser dispares, alo que se une, en muchas ocasiones, el hecho de que estas tropas no suelen ser profesionales y su comportamiento suele ser inadecuado cuando no vandálico. Lo hemos visto desde las primeras grandes operaciones, que fueron en el Congo en 1960-63, donde hicieron su aparición tropas de países africanos recién descolonizados y cuyos comportamientos fueron más o menos aceptables en función de que sus cuadros fuesen europeos. Junto a ellos países neutrales comos Suecia o Irlanda cuyo ridículo frente a los separatistas katangueños fue espectacular, como el batallón irlandés que se tuvo que rendir a una pequeña unidad de katangueños y mercenarios europeos. Al final aquel esperpento terminó con la intervención de tropas bien encuadradas y profesionalizadas de la India, que acabaron con la revuelta. A partir de entonces, las intervenciones de las tropas onusianas ha sido un desastre, unas veces por su falta de formación, otra por la falta de directrices claras y, casi siempre, por ambas. Hitos como Srebenica, Ruanda, Somalia, cuyo comportamiento inmoral costó a los canadienses la disolución de su histórico Regimiento de Paracaidistas, Camboya, con un historial de trata de blancas por parte de los cascos azules, o, nuevamente, el Congo, cubren de oprobio a dicha organización y sus cascos azules, que además, jamás han evitado una confrontación, desde Sinaí 1967 a Bosnia o Líbano en los `80 y actualmente. Pero si lamentable ha sido la acción militar, no menos la política. Desde la ola de independencia de los ’60 hemos pasado de los 51 países iniciales a los 192 actuales con la inclusión de Montenegro, de ellos la mayoría dictaduras corruptas cuyo voto en los diversos temas está supeditado al dinero que se les de, al número de funcionarios que puedan colocar en las diversas misiones, una manera de mantener a sus burócratas a costa de EEUU, que paga el 25% de los gastos de la ONU y del resto de países occidentales que cubren los demás pagos, o soldados en las misiones de paz, otra forma de mantener un ejército parasitario a costa de la ONU, es decir de occidente que es la que paga. Estas componendas hacen que la calidad de los funcionarios sea muy baja cuando no infame o mafiosa, Secretarios Generales incluidos, pues de Trygve Lie, un político noruego razonable pasamos a un sueco honrado, aunque algo ingenuo como Dag Hammarskjöld y de ahí a un personaje turbio como U Thant, un nazi como Waldheim, un vividor como Pérez de Cuellar, un incompetente como Gali, hasta llegar a un mafioso como Annan, cuyo hijo y otros amigos han hecho grandes negocios con el programa “petróleo por alimentos”. Como vemos ha ido deterierorándose la calidad de los dirigentes de la ONU en función de la entrada en la organización de los países tercermundistas, la mayoría dirigidos por verdaderos mafiosos, a modo de ejemplo recordemos a Idi Amin, Bokassa, Castro, Gadafi o Mobutu. Lógicamente, de una organización tan corrupta, las normas que surgen de la misma no pueden ser muy positivas, serán inicuas o en el mejor de los casos inadecuadas. Además, para contentar a todos, suelen ser difusas e inaplicables y como ejemplo tenemos la actual 1701 sobre el Líbano, que e contradice en si misma, o la anterior 1559, incumplida, etc, etc. Pues bien, este mito sigue en el ambiente y algunos gobiernos, como el nuestro, consideran que la única fuente de legalidad es la ONU, una organización donde vale igual el voto de un país terrorista, Irán por ejemplo, que el de las mas antiguas democracias, un ente donde 5 países vetan lo que no les interesa o cuyas tropas muchas veces son mas el problema que la solución y cuyas directrices no se pueden cumplir y además no se cumplen. Por último un reducto de mafiosos encabezados por el hijo del máximo responsable, pues esa es la fuente del derecho internacional, ¡apañados vamos!. Por último, aprovecho para despedirme, queridos amigos, durante algunas semanas que estaré fuera. Un abrazo para todos. |
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