La crisis socioeconómica por la que atraviesa la comunidad internacional, se refleja en España de una manera singular. Durante años hemos gozado de una bonanza económica, pero la misma estaba basada en débiles cimientos: construcción, turismo y consumo interno, sectores en los cuales la productividad, la innovación o la investigación no tenían demasiada importancia, por lo que el país se deslizaba sin mayores tensiones, pero sin ambiciones en los campos punteros de la economía.
En el plano social, hemos asistido, sobre todo en los últimos años, a un rebrote de la corrupción, unida, esencialmente, al ladrillo y causada por la falta de recursos de los ayuntamientos, los cuales, amén de las funciones propias, gestionaban otras que no les correspondía pero que podía dar votos al regidor de turno y permitirle una larga etapa al frente de la población correspondiente. Para ello las recalificaciones se convirtieron en la herramienta de financiación de los mencionados ayuntamientos, pero también de los partidos políticos y de personas concretas.
En esta etapa tampoco ha faltado la inconsciencia de muchas entidades financieras que se han dedicado a conceder créditos de una manera irresponsable, sin avales suficientes, como forma de atraer clientes y arrebatárselos a la competencia. Sin olvidar las alegrías de muchos ciudadanos que fiados en unos intereses bajos han optado por compras, tanto de viviendas como de otros bienes, a las que no podrían hacer frente en cuanto los tipos de interés subiesen y olvidando que no hace tantos años, dichos tipos estaban en el 12 o 14%. Esta situación ha explotado en el momento en que el alegre sistema de hipotecas y otros préstamos no ha podido aguantar y, empezando por EEUU, se ha ido extendiendo hacia Europa y otros países avanzados, golpeando a España muy duramente, precisamente por el sistema económico antes mencionado.
Pero si grave es la situación, la misma empeora ante la incapacidad de los agentes políticos y sociales para introducir elementos que coadyuven a remontar la crisis. En un país socializante como el nuestro, donde tanto la izquierda como la derecha es puramente intervencionista y donde su obsesión es “protegernos” ante todo, la reacción inmediata es la de incrementar el gasto social, gasto, que aunque pueda ayudar a algunos, se convierte en una rémora para la mayoría de la población, que es quién soporta los costes de los errores económicos. La dichosa manía de no querer tocar los temas laborales, hace que nuestra competitividad sea la segunda mas baja de la UE y, lo que es mas grave, contribuye a un aumento sustancial del paro. ¿Nos hemos preguntado alguna vez porque, tanto en época de crisis como de bonanza, en España el paro es muy superior al del resto de los países avanzados?, pues una de las causas es el coste del despido que hace a los empresarios reacios a contrataciones fijas y por ello, junto al paro, tenemos el mayor número de contratos basura de Europa.
Tampoco olvidemos la dichosa obsesión con el salario mínimo que, al tirar al alza los salarios, se convierte en otra rémora para el empleo juvenil y fijo. O la manía de vincular dichos salarios al IPC en vez de a la productividad. Todas esas medidas, que parecen proteger a los trabajadores, en realidad perjudican a los mismos, sobre todo a los más jóvenes y a los menos cualificados. En época de crisis son los primeros expulsados del panorama laboral, al ser sus costes mas baratos que los de aquellos que llevan muchos años en las empresas y cuyo despido es casi prohibitivo.
Hay otros factores que inciden en que la crisis sea mas grave en España, como el del gran número de funcionarios, tenemos el doble que Alemania o Francia cuando estos países están mucho mas poblados, pero lo mas perjudicial no es solo el número sino que a ello se une la ya mencionada vinculación de las subidas de sueldos al IPC o cerca, este año la subida será del 3,8% y,¿de donde sacará el dinero la administración?.
Otro factor, mas difícil de atajar por la dinámica nacional, es la estructura administrativo-política, basada en las autonomías que no solo duplican funciones, sino cuyo coste está disparado y en continuo alza.
Aspecto importante es el de la mentalidad, debido a esa filosofía socializante que enraíza con el “todo gratis” como si los servicios, ya sean sanitarios, de transporte o educativos, no costaran, siendo que quienes pagan esa supuesta gratuidad son las clases medias y trabajadoras que lo hacen vía impuestos e inflación. Observemos que en los presupuestos de este año no se deflacta la inflación, lo que, de hecho significa una subida importante de la carga impositiva.
Lo anteriormente expuesto, unido a otros aspectos como el fraude fiscal, etc. y la incapacidad de nuestra clase dirigente en aplicar medidas firmes tanto por su propio planteamiento ideológico como por su obsesión por no perder votos electorales, está haciendo que la espiral de la crisis se acelere y que, como titulo el artículo, pueda acabar llevándonos al caos social, económico y político.
En el plano social, hemos asistido, sobre todo en los últimos años, a un rebrote de la corrupción, unida, esencialmente, al ladrillo y causada por la falta de recursos de los ayuntamientos, los cuales, amén de las funciones propias, gestionaban otras que no les correspondía pero que podía dar votos al regidor de turno y permitirle una larga etapa al frente de la población correspondiente. Para ello las recalificaciones se convirtieron en la herramienta de financiación de los mencionados ayuntamientos, pero también de los partidos políticos y de personas concretas.
En esta etapa tampoco ha faltado la inconsciencia de muchas entidades financieras que se han dedicado a conceder créditos de una manera irresponsable, sin avales suficientes, como forma de atraer clientes y arrebatárselos a la competencia. Sin olvidar las alegrías de muchos ciudadanos que fiados en unos intereses bajos han optado por compras, tanto de viviendas como de otros bienes, a las que no podrían hacer frente en cuanto los tipos de interés subiesen y olvidando que no hace tantos años, dichos tipos estaban en el 12 o 14%. Esta situación ha explotado en el momento en que el alegre sistema de hipotecas y otros préstamos no ha podido aguantar y, empezando por EEUU, se ha ido extendiendo hacia Europa y otros países avanzados, golpeando a España muy duramente, precisamente por el sistema económico antes mencionado.
Pero si grave es la situación, la misma empeora ante la incapacidad de los agentes políticos y sociales para introducir elementos que coadyuven a remontar la crisis. En un país socializante como el nuestro, donde tanto la izquierda como la derecha es puramente intervencionista y donde su obsesión es “protegernos” ante todo, la reacción inmediata es la de incrementar el gasto social, gasto, que aunque pueda ayudar a algunos, se convierte en una rémora para la mayoría de la población, que es quién soporta los costes de los errores económicos. La dichosa manía de no querer tocar los temas laborales, hace que nuestra competitividad sea la segunda mas baja de la UE y, lo que es mas grave, contribuye a un aumento sustancial del paro. ¿Nos hemos preguntado alguna vez porque, tanto en época de crisis como de bonanza, en España el paro es muy superior al del resto de los países avanzados?, pues una de las causas es el coste del despido que hace a los empresarios reacios a contrataciones fijas y por ello, junto al paro, tenemos el mayor número de contratos basura de Europa.
Tampoco olvidemos la dichosa obsesión con el salario mínimo que, al tirar al alza los salarios, se convierte en otra rémora para el empleo juvenil y fijo. O la manía de vincular dichos salarios al IPC en vez de a la productividad. Todas esas medidas, que parecen proteger a los trabajadores, en realidad perjudican a los mismos, sobre todo a los más jóvenes y a los menos cualificados. En época de crisis son los primeros expulsados del panorama laboral, al ser sus costes mas baratos que los de aquellos que llevan muchos años en las empresas y cuyo despido es casi prohibitivo.
Hay otros factores que inciden en que la crisis sea mas grave en España, como el del gran número de funcionarios, tenemos el doble que Alemania o Francia cuando estos países están mucho mas poblados, pero lo mas perjudicial no es solo el número sino que a ello se une la ya mencionada vinculación de las subidas de sueldos al IPC o cerca, este año la subida será del 3,8% y,¿de donde sacará el dinero la administración?.
Otro factor, mas difícil de atajar por la dinámica nacional, es la estructura administrativo-política, basada en las autonomías que no solo duplican funciones, sino cuyo coste está disparado y en continuo alza.
Aspecto importante es el de la mentalidad, debido a esa filosofía socializante que enraíza con el “todo gratis” como si los servicios, ya sean sanitarios, de transporte o educativos, no costaran, siendo que quienes pagan esa supuesta gratuidad son las clases medias y trabajadoras que lo hacen vía impuestos e inflación. Observemos que en los presupuestos de este año no se deflacta la inflación, lo que, de hecho significa una subida importante de la carga impositiva.
Lo anteriormente expuesto, unido a otros aspectos como el fraude fiscal, etc. y la incapacidad de nuestra clase dirigente en aplicar medidas firmes tanto por su propio planteamiento ideológico como por su obsesión por no perder votos electorales, está haciendo que la espiral de la crisis se acelere y que, como titulo el artículo, pueda acabar llevándonos al caos social, económico y político.
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