Quienes peinamos canas recordamos, algunos con nostalgia, los tiempos de la infancia, cuando la Navidad era ilusión, tal vez un poco ingenua, pero ilusión.
No solo los críos participábamos de ese ambiente, también los mayores estaban imbuidos, en su mayoría, de lo que se llama “el espíritu navideño”. Un espíritu que nos hacía a todos un poco mejores, un poco más inocentes y un poco menos cretinos.
No es que antaño las fiestas dejaran de celebrarse con jolgorio, buenos alimentos y bebidas mas o menos espirituosas, pero, esencialmente, eran unas fiestas entrañables y familiares. Como decía un anuncio de turrones, se volvía por Navidad y cuando no podía estar toda la familia junta un halo de nostalgia envolvía el ambiente.
Pero sobre todo planeaba el aspecto religioso, incluso en aquellos que no lo eran o eran tibios. Se respetaba y admiraban los belenes, se cantaban villancicos y nadie parecía sentirse laicistamente ofendido por los símbolos cristianos que son los adecuados y lógicos de las Fiestas de Navidad.
Desafortunadamente eso ha cambiado y creo que no para bien. Cada vez las fiestas son menos familiares, celebrándolas cada uno por su lado, en muchos casos ignorando a los más ancianos y abandonándolos a la buena voluntad de residencias y ayuntamientos. En cuanto a la juventud, considera estas fiestas como un desmadre más: alcoho,l drogas, sexo y excesos de todo tipo.
A todo ello se une una fiebre consumista desbocada, que sin orden y concierto hace que nos lancemos cual hambrientos lobos a por el último gadget electrónico, la muñeca más tonta que aparezca o cualquier otro cachivache jaleado por radios, televisiones y periódicos.
Por si fuese poco, en este maremagno donde se van desdibujando nuestras raíces culturales y religiosas, aparecen elementos extraños a nosotros como Papa Noel, que compite, con bastante éxito, con nuestros entrañables Reyes Magos.
¿Y Jesús?, pues, ¡bueno!, en el mejor de los casos es un invitado mas y no el fundamental y en otros muchos ni se le recuerda. A ello contribuye el entusiasmo de alcaldes y concejales cada vez mas dispuestos a convertir estas fiestas en las del solsticio de invierno y menos en lo que son: las de la alegría por el nacimiento de nuestro Salvador y sino que se lo digan al inefable alcalde de Madrid que nos ha llenado las calles de luces sin ningún significado navideño y si pagano cuando no simplemente hedonista, que, además, son bastante horteras.
Pese a todo ello parece detectarse una reacción, un leve repunte de la Navidades cristianas, una reacción de quienes así nos sentimos y, también, de quienes no siéndolo religiosamente son conscientes de que la pérdida de las mismas sería un golpe de gracia a nuestro acervo cultural, ¡ójala que la reacción sea masiva de cara al futuro!.
En cualquier caso, deseo Felices Fiestas a quienes amablemente me leéis, seáis creyentes o no y que la Paz del Señor descienda sobre todos nosotros. Amén.
No solo los críos participábamos de ese ambiente, también los mayores estaban imbuidos, en su mayoría, de lo que se llama “el espíritu navideño”. Un espíritu que nos hacía a todos un poco mejores, un poco más inocentes y un poco menos cretinos.
No es que antaño las fiestas dejaran de celebrarse con jolgorio, buenos alimentos y bebidas mas o menos espirituosas, pero, esencialmente, eran unas fiestas entrañables y familiares. Como decía un anuncio de turrones, se volvía por Navidad y cuando no podía estar toda la familia junta un halo de nostalgia envolvía el ambiente.
Pero sobre todo planeaba el aspecto religioso, incluso en aquellos que no lo eran o eran tibios. Se respetaba y admiraban los belenes, se cantaban villancicos y nadie parecía sentirse laicistamente ofendido por los símbolos cristianos que son los adecuados y lógicos de las Fiestas de Navidad.
Desafortunadamente eso ha cambiado y creo que no para bien. Cada vez las fiestas son menos familiares, celebrándolas cada uno por su lado, en muchos casos ignorando a los más ancianos y abandonándolos a la buena voluntad de residencias y ayuntamientos. En cuanto a la juventud, considera estas fiestas como un desmadre más: alcoho,l drogas, sexo y excesos de todo tipo.
A todo ello se une una fiebre consumista desbocada, que sin orden y concierto hace que nos lancemos cual hambrientos lobos a por el último gadget electrónico, la muñeca más tonta que aparezca o cualquier otro cachivache jaleado por radios, televisiones y periódicos.
Por si fuese poco, en este maremagno donde se van desdibujando nuestras raíces culturales y religiosas, aparecen elementos extraños a nosotros como Papa Noel, que compite, con bastante éxito, con nuestros entrañables Reyes Magos.
¿Y Jesús?, pues, ¡bueno!, en el mejor de los casos es un invitado mas y no el fundamental y en otros muchos ni se le recuerda. A ello contribuye el entusiasmo de alcaldes y concejales cada vez mas dispuestos a convertir estas fiestas en las del solsticio de invierno y menos en lo que son: las de la alegría por el nacimiento de nuestro Salvador y sino que se lo digan al inefable alcalde de Madrid que nos ha llenado las calles de luces sin ningún significado navideño y si pagano cuando no simplemente hedonista, que, además, son bastante horteras.
Pese a todo ello parece detectarse una reacción, un leve repunte de la Navidades cristianas, una reacción de quienes así nos sentimos y, también, de quienes no siéndolo religiosamente son conscientes de que la pérdida de las mismas sería un golpe de gracia a nuestro acervo cultural, ¡ójala que la reacción sea masiva de cara al futuro!.
En cualquier caso, deseo Felices Fiestas a quienes amablemente me leéis, seáis creyentes o no y que la Paz del Señor descienda sobre todos nosotros. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario