En estos días se está hablando mucho de los sindicatos, tanto por lo que están haciendo como por lo que no están realizando. En el primer caso, convertidos en oposición política al PP en aquellas comunidades donde este partido gobierna y el PSOE prácticamente es inexistente, ejemplos en Madrid y Comunidad valenciana. En el segundo por el estruendoso silencio que mantienen ante la crisis y la parálisis del gobierno ante la situación. Con estas actitudes, debemos preguntarnos si los sindicatos sirven para algo en la actualidad.
Olvidando el sindicalismo agrario, en franco retroceso en Europa por el cada vez menor número de agricultores, aunque con un peso específico importante, recordemos, muy sucintamente, que el movimiento sindical surge en el siglo XIX como instrumento de los trabajadores ante la situación planteada por la revolución industrial y, con ella, el inicio del fin del modelo agrario y artesanal y su sustitución por la gran fábrica. Siendo las condiciones laborales muy precarias, los obreros empiezan a unirse para, mediante la fuerza del número y su cohesión, hacer frente a los patronos y conseguir mejores condiciones económicas y laborales. Este sistema tiene su razón de ser durante las postrimerías del XIX y la primera mitad del siglo XX, durante los cuales el modelo industrial es el de la gran empresa con muchos trabajadores y escasa cualificación. Pero a medida que vamos pasando de la sociedad industrial a la postindustrial basada en los servicios y en la diversificación de las funciones, así como en la disminución del tamaño de las empresas y en el fin de la participación estatal mayoritaria, el modelo sindical se va quedando obsoleto, ya que el mismo se basaba en ese tamaño, falta de diversificación y empresas estatales, que es donde tienen su fuerza ,muy escasa, por otro lado, en la pequeña y mediana así como en la de alta tecnología.
A este problema, los sindicatos se enfrentan a otro, quizás el más grave, el de su dependencia política. La mayoría de los sindicatos de los países europeos se convirtieron en correas trasmisoras de partidos de izquierda y, en algún caso, de la democracia cristina. En España se da el caso curioso que el PSOE nace, prácticamente, del sindicato UGT aunque la dependencia del sindicato respecto de su partido hermano es total. Estos encadenamientos hacen que, en muchas ocasiones, como ocurre ahora en las ya mencionadas comunidades, los sindicatos se alejen de su función en defensa de los intereses de los trabajadores y se conviertan en otro elemento de la estrategia del partido político madre. Tampoco debemos olvidar el gran número de sindicalistas, tanto de UGT como de CCOO, que se han convertido en concejales, alcaldes, diputados e, incluso, ministros, por lo que esa dependencia anula la autonomía de las organizaciones obreras para defender a sus afiliados en función del partido que gobierne.
Otro de los grandes problemas del sindicalismo español es la baja afiliación, ya que no llega al 20% el número de trabajadores que pertenecen a las organizaciones sindicales, teniendo entre UGT y CCOO, los mayoritarios, apenas un 15% de la afiliación total y el resto se reparte entre los demás sindicatos. Esta debilidad hace que su capacidad de actuación quede muy reducida, pese a que todos los gobiernos de la democracia han coadyuvado a potenciar a los sindicatos mayoritarios, sindicatos que debemos recordar que al inicio de la transición no lo eran, siendo los movimientos de no afiliados mucho mas potentes, pero el apoyo institucional primero de UCD y después del PSOE, así como el dinero alemán crearon de la nada la nueva UGT, mientras CCOO, entonces vinculada al PCE, surgía como unión de las comisiones creadas a partir de 1962 y con inicio en la industria minera de Asturias, fuertemente financiadas por el comunismo.
Un cuarto problema es la excesiva burocratización en que esas instituciones han incurrido. No es solo el número de liberados, mas de 200.000 para apenas 3 millones de afiliados, sino la capacidad, como todo ente estatalizado, de generar mas y mas burocracia y con ello falta de agilidad a la hora de tomar decisiones y ejecutarlas. Claro que tanto a la burocratización como a la inacción, contribuye su dependencia económica del estado y de las empresas lo que les hace tentarse muy mucho la ropa antes de tomar posturas enérgicas, tal como estamos viendo en estos momentos.
Con estos antecedentes, ¿tiene futuro el sindicalismo en los países avanzados y en particular en España?. Desde mi punto de vista si, siempre y cuando sufran una transformación radical que pasa por su desvinculación tanto de los partidos como del estado, por la reducción de su burocracia y por su enfoque hacia los grupos laborales emergentes, que ya no son los obreros de la gran usina, sino todos esos trabajadores de diversa cualificación y cuyo nivel cultural no es el de siglo XIX o principios del XX y que, a diferencia de hace 20 o 30 años, ya no tienen en común nada, o muy poco, unos con otros, por lo que los sindicatos o bien deberán ser pequeños enfocados a cada grupo o unirse en una confederación muy laxa donde los representantes de cada nicho socioeconómico dispongan de la suficiente autonomía de actuació. De no actuar por esa vía el sindicalismo en los países del primer mundo está condenado a desaparecer.
Olvidando el sindicalismo agrario, en franco retroceso en Europa por el cada vez menor número de agricultores, aunque con un peso específico importante, recordemos, muy sucintamente, que el movimiento sindical surge en el siglo XIX como instrumento de los trabajadores ante la situación planteada por la revolución industrial y, con ella, el inicio del fin del modelo agrario y artesanal y su sustitución por la gran fábrica. Siendo las condiciones laborales muy precarias, los obreros empiezan a unirse para, mediante la fuerza del número y su cohesión, hacer frente a los patronos y conseguir mejores condiciones económicas y laborales. Este sistema tiene su razón de ser durante las postrimerías del XIX y la primera mitad del siglo XX, durante los cuales el modelo industrial es el de la gran empresa con muchos trabajadores y escasa cualificación. Pero a medida que vamos pasando de la sociedad industrial a la postindustrial basada en los servicios y en la diversificación de las funciones, así como en la disminución del tamaño de las empresas y en el fin de la participación estatal mayoritaria, el modelo sindical se va quedando obsoleto, ya que el mismo se basaba en ese tamaño, falta de diversificación y empresas estatales, que es donde tienen su fuerza ,muy escasa, por otro lado, en la pequeña y mediana así como en la de alta tecnología.
A este problema, los sindicatos se enfrentan a otro, quizás el más grave, el de su dependencia política. La mayoría de los sindicatos de los países europeos se convirtieron en correas trasmisoras de partidos de izquierda y, en algún caso, de la democracia cristina. En España se da el caso curioso que el PSOE nace, prácticamente, del sindicato UGT aunque la dependencia del sindicato respecto de su partido hermano es total. Estos encadenamientos hacen que, en muchas ocasiones, como ocurre ahora en las ya mencionadas comunidades, los sindicatos se alejen de su función en defensa de los intereses de los trabajadores y se conviertan en otro elemento de la estrategia del partido político madre. Tampoco debemos olvidar el gran número de sindicalistas, tanto de UGT como de CCOO, que se han convertido en concejales, alcaldes, diputados e, incluso, ministros, por lo que esa dependencia anula la autonomía de las organizaciones obreras para defender a sus afiliados en función del partido que gobierne.
Otro de los grandes problemas del sindicalismo español es la baja afiliación, ya que no llega al 20% el número de trabajadores que pertenecen a las organizaciones sindicales, teniendo entre UGT y CCOO, los mayoritarios, apenas un 15% de la afiliación total y el resto se reparte entre los demás sindicatos. Esta debilidad hace que su capacidad de actuación quede muy reducida, pese a que todos los gobiernos de la democracia han coadyuvado a potenciar a los sindicatos mayoritarios, sindicatos que debemos recordar que al inicio de la transición no lo eran, siendo los movimientos de no afiliados mucho mas potentes, pero el apoyo institucional primero de UCD y después del PSOE, así como el dinero alemán crearon de la nada la nueva UGT, mientras CCOO, entonces vinculada al PCE, surgía como unión de las comisiones creadas a partir de 1962 y con inicio en la industria minera de Asturias, fuertemente financiadas por el comunismo.
Un cuarto problema es la excesiva burocratización en que esas instituciones han incurrido. No es solo el número de liberados, mas de 200.000 para apenas 3 millones de afiliados, sino la capacidad, como todo ente estatalizado, de generar mas y mas burocracia y con ello falta de agilidad a la hora de tomar decisiones y ejecutarlas. Claro que tanto a la burocratización como a la inacción, contribuye su dependencia económica del estado y de las empresas lo que les hace tentarse muy mucho la ropa antes de tomar posturas enérgicas, tal como estamos viendo en estos momentos.
Con estos antecedentes, ¿tiene futuro el sindicalismo en los países avanzados y en particular en España?. Desde mi punto de vista si, siempre y cuando sufran una transformación radical que pasa por su desvinculación tanto de los partidos como del estado, por la reducción de su burocracia y por su enfoque hacia los grupos laborales emergentes, que ya no son los obreros de la gran usina, sino todos esos trabajadores de diversa cualificación y cuyo nivel cultural no es el de siglo XIX o principios del XX y que, a diferencia de hace 20 o 30 años, ya no tienen en común nada, o muy poco, unos con otros, por lo que los sindicatos o bien deberán ser pequeños enfocados a cada grupo o unirse en una confederación muy laxa donde los representantes de cada nicho socioeconómico dispongan de la suficiente autonomía de actuació. De no actuar por esa vía el sindicalismo en los países del primer mundo está condenado a desaparecer.
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