Una de las grandes
desgracias de la política en Latinoamérica fue la aparición y permanencia de
los populismos, de líderes que se convertían en iconos de unas masas poco
formadas que les venían y ven como los grandes libertadores de sus penurias.
Ya los líderes
independentistas: Bolívar, San Martín, etc. tuvieron esa componente que luego
seguiría a lo largo y ancho del subcontinente durante el siglo XIX , el XX y se
extiende al XXI. Desde el Mariscal Solano a Getulio Vargas, Víctor Raúl Haya de
la Torre o el Ché, todos eran personajes que a sus seguidores les parecían la
encarnación de Dios en la tierra.
De entre ellos ha sido la
figura de Juan Domingo Perón y su primera esposa, Eva Duarte, quienes han
encarnado ese mesianismo a que tan propensa es la zona. Desde 1945, el
peronismo ha sido la fuerza hegemónica en Argentina, no importa si el actual no
se parece al primigenio o si cada peronista entiende de distinta manera la
fórmula, desde la extrema derecha a la extrema izquierda pasando por el
neoliberalismo, todo vale, ser peronista es más un sentimiento que una opción
ideológico-política.
Con esos mimbres, Perón
consiguió la adhesión de las masas sobre todo obreras, de un Buenos Aires
emergente gracias a la S.G.M., que unido a la figura de Eva Duarte hacía del
lumpen bonaerense la fuerza de choque del movimiento: los famosos descamisados,
hoy reconvertidos a mafiosos piqueteros.
De poco sirve que la
corrupción campe en el peronismo, con jefes sindicales archimillonarios y
familias en la indigencia. Lo importante es el mito, a los descamisados se les
da subvenciones para que vayan tirando, aunque nunca deben salir de su pobreza,
pues de convertirse en clase media ya el peronismo no sería atractivo. Se les
mantiene, se les dice que ellos tienen el poder y se les manda contra los
rivales, convertidos en enemigos.
Esa misma táctica es la que
ha utilizado el desaparecido Chávez, solo que él se remontaba a Bolívar,
olvidando, como ya comenté e otro post, que el prócer era el defensor de las
clases altas y no de la masa campesina de la Venezuela de la época.
Pero no importa, espada de
Bolívar en mano, Chávez se creó la
aureola de defensor de los pobres, aprovechó la riqueza petrolífera pero no
para que la nación emergiese de su crisis, sino como arma política, subvenciónando
a las masas pauperizadas de Caracas y otras ciudades, pero, al igual que el
peronismo, no con ánimo de que pudiesen dar el salto a la clase media, sino
para mantenerlos en su pobreza y “demostrarles” que solo él les protegía de unas élites que los despreciaban y marginaban de la riqueza y el poder, lo que era cierto.
El mensaje populista tiene
su encanto en países donde la mayor riqueza coincide con la pobreza más
extrema, por ello no suele brotar en sociedades como la chilena, mucho más
evolucionada y europeizada, pero si en la mayoría de los países donde una masa
campesina y urbana subsiste con escasos recursos y mucha frustración y ahí es
donde los populismos tienen fuerza.
Muchos creen que la muerte
de Chávez es el principio del fin de ese raro invento conocido como “socialismo
del sigloXXI”, pero ello no necesariamente ocurrirá, pues el mito, lo hemos
visto en sus funerales, se exacerba y mientras el petróleo sufrague gastos de
mantenimiento de los marginados, puede durar tanto como el peronismo, para desgracia
de los venezolanos como lo es para los argentinos.
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